jueves, 16 de junio de 2011

India


Al contrario de lo que me pasó en Nepal, de India tenía una idea formada de lo que creía que iba a encontrar. La primera ciudad a la que fuimos fue Varanasi, por donde pasa el Ganges.

Es una ciudad pobre y caótica, parecida a la imagen preconcebida que yo tenía de India, con mucho polvo en la calle, hombres de gesto adusto con turbantes y niños corriendo desnudos. El tránsito es desordenado, los camiones y ómnibus mandan, tocando la bocina para que se corran las vacas que caminan libremente, los rikshaw (bicicletas con un carrito enganchado que funcionan como taxis), las bicicletas, las motos y los autos.

La pobreza domina el paisaje, incluso las zonas donde viven los ricos, que están descuidadas y no tienen vereda. Las vacas, flaquísimas, comen de la omnipresente basura. Los mendigos, muchísimos, pasan las horas con las manos hacia el cielo, cantando sus letanías. Entre el caos, la vida pasa, la gente ríe, llora, duerme, conversa. Las mujeres visten sus ropas típicas, elegantes con su tercer ojo y sus dientes deshechos.

Al otro día de llegar a Varanasi nos levantamos a las 4 menos cuarto de la mañana, para ir al Ganges al amanecer. A esa hora es cuando los hindúes acuden en el río, que es para ellos la diosa del cielo y bañarse en sus aguas asegura la vida eterna. Todos los hindúes peregrinan hacia el Ganges al menos una vez en su vida y/o desean que después de morir sus cenizas sean tiradas al río sagrado.

Por los cuentos de otra gente, creí que iba a ser muy duro, que me iba a desagradar. Me sorprendí mucho porque no me pasó eso. Lo que sentí fue una fascinación enorme ante esa fiesta humana de gente muriendo, riendo, durmiendo, jugando, cremando sus muertos y lavando ropa. Es un mundo totalmente distinto, la sensibilidad de la gente es muy diferente a la nuestra y creo que es eso lo que nos genera rechazo, miedo o asco.

El río es ancho, el agua está sucia pero no tanto como uno podría suponer. A las orillas hay “gahts”, que son escaleras de cemento para bajar hacia el agua. Hay dos gahts especiales para cremar muertos. Lo más preciado es ser quemado con leña, pero es caro. Por eso, hasta hace unos años los cuerpos de los pobres eran tirados al río, pero ahora existe un servicio público de cremación en hornos. Hoy en día se tiran al río sin quemar los cuerpos de los niños menores a cinco años y mujeres embarazadas, porque los niños no tienen religión; los cuerpos de los monjes, porque son muy sagrados para ser quemados; y los cuerpos de los leprosos, que aún hoy se considera que tienen en la piel las marcas de su maldad. Igual que en Nepal, cuando se tiran los cuerpos o las cenizas se tira con ellos oro, dinero o comida, para asegurarles un buen pasar en la próxima vida. Igual que pasa en Iemanjá, el río se llena de gente buscando los tesoros que se echaron al agua.

Como el río es sagrado, mucha gente enferma o vieja se va a sus orillas a esperar la muerte. Desde mi cabeza occidental, es inentendible, injusto, indignante… pero claro, las visiones de la vida, la muerte y la vida después de la muerte son tan intransferibles, tan culturales, tan morales, que no puedo más que maravillarme ante esa gente.







Existen cinco gahts que son especialmente sagrados porque la mitología cuenta que en ellos se apareció algún dios. Vimos uno de ellos, que estaba lleno de gente: hombres, mujeres y niños bañándose, nadando, jugando a la pelota.

También hay bajadas al río que no tienen cemento, donde trabajan los lavadores de ropa, quienes pertenecen a una de las castas más bajas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario